viernes, 30 de abril de 2010

Tlatelolco: habitando entre cultura e historia


Por Miguel Ángel Márez Tapia


Dibujo de Mario Pani, Proyecto original Tlatelolco, 1962
Parafraseando el nombre de nuestra revista, vivir en Tlatelolco implica aspectos muy singulares que podemos englobarlas en dos dimensiones definidas y  entrelazadas entre sí, hablamos del espacio y tiempo, primeramente de acuerdo a esa noción espacial, el conjunto habitacional cuenta en su interior una amplia oferta de opciones culturales y tiene diversos espacios de patrimonio cultural de la Nación que lo distingue importantemente de las demás unidades habitacionales, por otra parte, a través del tiempo han acontecido muchos hechos históricos que han marcado y enriquecido la historia de Tlatelolco.

“Tlatelolco significa historia” leí hace poco, es necesario matizarlo un poco más al decir Tlatelolco significa cultura e historia, agregar la cultura en el significado de lo que implica éste lugar, nos permite reflexionar un poco sobre una compleja problemática que da origen a múltiples problemas (inseguridad, deterioro de espacios, indiferencia, conflicto entre vecinos, etc.) que se suscitan en el conjunto habitacional hoy en día.

Hace 15 años terminó la etapa de reconstrucción del Conjunto a raíz de los acontecimientos de los sismos en 1985, preocupados por la situación que acontecía en el conjunto se realizó el “Diagnóstico del estado situacional de la estructura física, ambiental e interacción social en la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco” por parte del Instituto Politécnico Nacional a cargo del Ing.-Arq. Gilberto Romero Mercado donde se analizó la vulnerabilidad y riesgo en distintos aspectos. El resultado que más nos interesa en éste momento es el dato del muestreo piloto realizado en la Zona Arqueológica, donde se buscó evaluar el impacto social y cultural en Tlatelolco, únicamente el 25% de los habitantes estaba interesado en la conservación del sitio arqueológico, mientras que el 75% le era indiferente, ya que se daba mayor importancia a aspectos económicos que culturales.

Hace tres años, una tesis de la Escuela Nacional de Antropología e Historia titulada “Arqueología e interpretación temática en Tlatelolco” realizada por la arqueóloga Patricia Ledesma, dio el dato que únicamente 21% de los visitantes a la zona arqueológica son aledaños del lugar, es decir, los dos estudios realizados en distintas décadas muestran una problemática común, hace evidente el fuerte distanciamiento que persiste entre los habitantes de Tlatelolco y los espacios de patrimonio cultural de la Nación que hay en el interior de él.

Es necesario revertir está situación y hacer conciencia de lo que conlleva éste tipo de problemática, no sólo hablamos que la zona arqueológica sea indiferente a los habitantes de la Unidad, sino implica el papel como sujeto que los mismos habitantes de Tlatelolco tiene sobre sí mismos, es decir, no debe ser un sujeto pasivo y contemplativo de lo que ha acontecido en el lugar donde vive, sino es necesario activarlo y que tenga participación en todo lo que nuestra Unidad requiere, la cultura de Tlatelolco la construimos todos los que habitamos en ella desde nuestra cotidianidad hasta las acciones colectivas, esto hace necesario devolver la mirada a esos espacios que nos dan identidad, no verlos como objetos aislados o muertos, sino como centros culturales vivos y como puntos de encuentro de la comunidad.

Como mencioné previamente, somos parte y construimos la cultura e historia de Tlatelolco, las huellas que el pasado ha dejado (sean físicas o hechos históricos) no deben ser vistas únicamente como una decoración, anécdota o parte del paisaje cotidiano de vivir en el conjunto habitacional, sino es necesario retomar el rol protagónico que conlleva entendernos como parte de la historia y constructores permanentes de su cultura.

Sí realmente deseamos entender lo que significa ser tlatelolca es necesario entrar en ésta reflexión, ser autocríticos y observar el papel que tenemos cada uno de nosotros, como vecinos, al momento de comprender la privilegiada condición que gozamos al habitar un espacio lleno de cultura e historia. 

jueves, 15 de abril de 2010

La Guerrero, una mirada al barrio de Los Ángeles

Por Miguel Angel Márez Tapia*
2 de agosto, Fiesta de Nuestra Señora de Los Angeles en 1910
La colonia Guerrero está íntimamente ligada a la historia de la Ciudad, sus terrenos formaron parte del viejo barrio mexica de Cuepopan en náhuatl “Camino”, fue uno de los cuatro cuadrantes en los que se dividía la Ciudad de México-Tenochtitlan, y el camino que unía la capital con Tlatelolco, hoy en día se encuentra –delimitada al sur por la Avenida Hidalgo; al norte, por Nonoalco (hoy Ricardo Flores Magón); al oriente, el Eje Central Lázaro Cárdenas y Paseo de la Reforma; y al poniente, las calles del Eje 1 Poniente Guerrero–, su creación data del año 1873, conocida originalmente como colonia Bellavista y de San Fernando, se formó en la antigua Huerta y Potrero del Colegio de San Fernando, asimismo, sobre el cementerio de San Andrés, en ese año, el Presidente Sebastián Lerdo de Tejada ordenó la ampliación de Paseo de la Reforma.

Templo de Santa María la Redonda
El primer templo que se fundó en el rumbo fue el de Santa María la Redonda, el nombre se debe a su rotonda que fue construida en el año 1667, las primeras casas de esta colonia se remontan a finales de la segunda década del siglo XIX, la demolición de parte del Convento de San Fernando permitió en 1860 abrir el Paseo Guerrero (hoy Eje Guerrero), facilitando el crecimiento de la colonia.
Litografía del Panteón y Convento de San Fernando, Siglo XIX 

Un espacio memorable fue el extinto cementerio de Santa Paula, primer sitio donde se buscó concentrar a los muertos de la ciudad de México en lo que es Paseo de la Reforma Norte y las calles que allí convergen como Moctezuma, Mosqueta, Camelia y otras más,  perteneciendo al Templo de Santa María la Redonda, abrió en 1779 para recibir a víctimas de epidemias de cólera e inició operaciones formales cinco años después. En 1836 fue declarado cementerio general ante la falta de espacios que ya se registraba en los panteones vecinales y parroquiales de la capital colonial, fue el lugar “de moda” durante algo más de 25 años, donde los mexicanos de todas las clases sociales buscaban ser sepultados tras morir. Por humildad, ahí se hizo enterrar el primer Conde de Regia y fue la última morada de Gral. Melchor Múzquiz, Presidente de la República, y de la última virreina de México, María de Josefa Sánchez Barriga y Blanco de O’Donojú, quien nunca pisó salones del palacio virreinal ya que su esposo, antes de llegar a la ciudad de México, suscribió, los Tratados de Córdoba en los que se reconoció la Independencia de Nueva España.

Litografías del Panteón de Santa Paula
(destruido por la ampliación de Paseo de la Reforma)
El 27 de septiembre de 1842, el Gral. López de Santa Anna presenció en Santa Paula el entierro de la pierna que años antes perdiera en Veracruz, durante la llamada Guerra de los Pasteles, la que desde 1838 estuvo sepultada en su hacienda Manga de Clavo, en el Estado de Veracruz, sin embargo, al considerarse un obstáculo para el crecimiento de la ciudad, se decretó en 1869, su clausura y la extinción se concretó años después dando el surgimiento de lo que hoy es la colonia Guerrero. El último vestigio de Santa Paula, la capilla de San Ignacio de Loyola que servía como frontispicio, sobrevivió hasta 1963, cuando fue demolido para la ampliación de Paseo de la Reforma.
1928

El Barrio de Los Ángeles estaba apartado de la ciudad, reminiscente del antiguo barrio tlatelolca Coatlán en náhuatl "Lugar de las Culebras", aunque Alfonso Caso lo sitúa en Xolalpa, fue morada para los trabajadores del ferrocarril cuando se inauguró en 1873 la estación de Buenavista, y en general, personas de bajos ingresos, por ello, el gobierno impulsó paulatinamente la creación de viviendas mínimas, realizadas con capital privado de baja inversión. Al final del Porfiriato se da la migración de los habitantes ricos de la parte sur a otras colonias de nueva creación y las viejas casonas son ocupadas por familias de clase media. El Lic. Rafael Martínez de la Torre era propietario de una plazuela, así como de parte del Rancho de Santa María, fraccionó sus terrenos alrededor de 1873, poblándose hasta llegar a los Potreros de Nonoalco, intentando perpetuar su memoria en el lugar, le puso su nombre a la plazuela y que conserva el mercado ahí construido, se construyeron muchos talleres manufactureros, asimismo, en 1937 se inauguró un salón de baile —Los Ángeles—.

El Santuario de Nuestra Señora de Los Ángeles, su capilla original se levantó en lo que ahora es el presbiterio, fue oratorio privado, erigiéndose como un lugar público para el culto en 1595 como lo señalaba una antigua inscripción en el dintel de la puerta principal, en 1776 bajo el patrocinio de Don Joseph de Haro se erigió una modesta iglesia que años después fue derribada para construir el templo grande y suntuoso que actualmente existe. La construcción se concluyó en 1808 atribuyéndose el interior neoclásico a Manuel Tolsá, es a mediados del siglo XX cuando al templo se le hicieron modificaciones, cambiando su fachada e incrustando esculturas como la conocemos hoy en día.


México Pintoresco, Manuel Rivera Cambas, 1880
En el pasado se celebraba la afamada fiesta conocida como “Las Luces de los Ángeles”, que duraba ocho días consecutivos y a la cual acudían personas de todos los rumbos de la ciudad. El escritor y periodista Manuel Altamirano escribió: "La Virgen de los Ángeles es rigurosamente la Madona de los pobres de México; después de la Guadalupana es a la que se rinde más culto y devoción".


                                                                                                                                                              *Antropólogo

Compartimos la descripción íntegra de Manuel Rivera Cambas en su México Pintoresco, 1880: