domingo, 3 de febrero de 2013

Febrero de 1913: “La decena trágica” en Tlatelolco


A un siglo de distancia

                                                                                       Aurelio Cuevas (Sociólogo)




El inmueble que hoy ocupa el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores – y que en el siglo XVI fue un convento franciscano- funcionó como prisión militar a partir de las Leyes de Reforma (decretadas en el siglo XIX). Tras sus rejas estuvieron opositores políticos al régimen porfirista como los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón; también el legendario Pancho Villa en el año 1912 estuvo preso en esta cárcel, de la cual logró evadirse para huir al norte del país.  

El domingo 9 de febrero de 1913 dos contingentes, uno de la Escuela Militar de Aspirantes –ubicada en Tlalpan-  y otro procedente del cuartel de Tacubaya –dirigido por el general Manuel Mondragón- se encaminaron a la ciudad de México para ocupar el Palacio Nacional. Logrado este objetivo ambos grupos fueron a la Prisión de Santiago Tlatelolco –en el límite norte de la ciudad- para liberar a Bernardo Reyes, general regiomontano acusado de rebeldía contra el gobierno de Francisco I. Madero. Durante este episodio el inmueble fue incendiado y un cañonazo abrió un gran boquete en su costado oriente. A causa del caos producido todos los presos escaparon de la cárcel.  


Ya encabezados por el general Reyes los sublevados enfilaron sus pasos a la Penitenciaría –ubicada al oriente de la ciudad- para sacar de la misma al brigadier Félix Díaz (sobrino del ex dictador Porfirio Díaz), preso por encabezar una sublevación en Veracruz contra el régimen maderista. Tras la liberación de Félix Díaz los sublevados caminaron hacia el Palacio Nacional, que había sido recuperado por fuerzas leales al Presidente. La llegada de los rebeldes al sitio desencadenó una cruenta batalla. El resultado: la muerte de Bernardo Reyes y de muchos de sus seguidores cuyos cuerpos quedaron regados en el Zócalo.
Ante la eficaz respuesta dada por las fuerzas fieles al régimen hacia los organizadores de la asonada, estos se atrincheraron en La Ciudadela, en donde se hallaba abundante armamento moderno llegado de Francia y Alemania, mismo que fue utilizado por los rebeldes en los días subsecuentes para detener los continuos ataques de las fuerzas maderistas.
En el curso del 9 al 18 de febrero la ciudad se convirtió en escenario de batalla entre las fuerzas leales al régimen y los atrincherados en La Ciudadela. Las calles céntricas se llenaron de pilas de cadáveres quemados, varios edificios fueron bombardeados –entre ellos el Palacio Nacional -, y los rumores e intrigas –en particular las procedentes del embajador norteamericano Henry L. Wilson- corrieron por doquier.
A pesar de la opinión de sus allegados Francisco I. Madero nombró al general Victoriano Huerta como jefe de las tropas leales para enfrentar la insurrección. Tan grave error provocaría no solo su propia muerte sino de colaboradores cercanos como el vicepresidente José Ma. Pino Suárez y su hermano Gustavo A. Madero. Fue así que Victoriano Huerta asumió la presidencia del país.
Al conocerse la noticia de la caída del régimen maderista repicaron al unísono las campanas de las iglesias de la capital. Los sectores conservadores del país estaban de plácemes. Se calcula que por lo menos mil personas murieron en La Decena Trágica, episodio que marcó el fin de una etapa de la Revolución Mexicana, pero que abrió otra, más violenta y cruel, cuyo desenlace sería el derrumbe del gobierno huertista a mediados de 1914.  

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