lunes, 1 de diciembre de 2014

1966: Una revivencia de Tlatelolco

Por Aurelio Cuevas


Hasta los 10 años cumplidos viví en la Privada de Marte, una pequeña calle de la vecina colonia Guerrero con salida a la Calzada Nonoalco (hoy avenida Ricardo Flores Magón), y desde donde se divisaba la silueta piramidal del Cerro del Chiquihuite. A comienzos de los sesentas dicho paisaje se transformó emergiendo frente a la privada unas enormes estructuras de metal que serían la base de varios edificios de la flamante Unidad Tlatelolco. En poco tiempo el panorama cambió radicalmente destacando a simple vista el edificio Jesús Terán y  parte del Donato Guerra.

A comienzos del año 1966 mi madre nos dio a mi hermano Héctor y a mí la noticia del cambio de casa. La primera ocasión que visitamos la Unidad para ver cuál sería nuestra nueva vivienda caminamos hacia el jardín de Santiago y ahí mi mamá nos enseñó a mi hermano y a mí el edificio donde llegaríamos a vivir: el “Querétaro”. Entramos al inmueble y subimos al cuarto piso; al poco tiempo nos hallamos dentro de un departamento de dos recámaras con ventanas que miraban al norte y sur de la ciudad. En las siguientes semanas comenzaron una serie de vueltas para trasladar todo tipo de objetos a pie desde la Guerrero hasta lo que iba a ser nuestra nueva morada. 
Junto al “Querétaro”  se hallaba su gemelo: el “Guanajuato”; ambos edificios tenían la misma orientación, una altura de 13 pisos, las paredes laterales recubiertas con mosaico negro veneciano, accesos amplios (uno por el estacionamiento que mira al Tecpan y otro por el  jardín de Santiago), y cuatro terrazas con vista al norte ubicadas en distintos pisos. El hecho de que los dos inmuebles se hallaran contiguos a las torres Cuauhtémoc, Puebla y Jalisco (que miraban tanto a Reforma como al jardín de Santiago) daba a la zona un aspecto tranquilo y agradable. 
Llegamos a vivir en el “Querétaro” a inicios de mayo gozando de un espacio más amplio y luminoso que el que habitábamos en la Guerrero; pronto nos adaptamos a servicios como el boiler de agua de paso alimentado por gas en lugar del boiler de madera y “combustibles” (paquetes de viruta con petróleo) al cual estábamos acostumbrados. Otros cambios relevantes fueron la estufa surtida por gas externo y no por los tanques recargados, y los ductos de basura integrados al equipamiento del edificio.
En ese tiempo la Unidad relucía por la limpieza de sus áreas públicas, sus cuidadas áreas verdes, y sus andadores techados que contaban con iluminación eléctrica para caminar por la noche. Las áreas de juegos infantiles, muy concurridas por niños de todas las edades, tenían un horario definido de uso que se hacía cumplir por un cuerpo de vigilancia. Aunque había estacionamientos internos no era algo común ver residentes con vehículo propio lo cual hacía fácil encontrar acomodo en los primeros. Los edificios que contaban con locales comerciales eran los que se veían más concurridos a diversas horas del día (sobre todo por la población en edad escolar).
Llegó el fin de año y recuerdo que en el “Querétaro” -y en general de los edificios de la Unidad, sean del tamaño o “tipo” que fueren-, los más diversos adornos navideños aparecieron en las ventanas de los departamentos; con el tiempo creo que ello era un signo o señal de que los habitantes de este conjunto habitacional nos sentíamos contentos por ser fundadores del mismo… Ni por asomo pasaba por nuestra cabeza que afrontaríamos las tremendas experiencias de 1968 y 1985.

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