domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Revolución?

Alejandro Mario Fonseca
¿Revolución? Sí, desde Madero hasta Cárdenas, después sólo fue ideología. Hoy en día es tan sólo una ideología caduca, llena de retórica,…, corrijo, llena de ocurrencias y de mentiras, porque la retórica es el arte de hablar bien, y los políticos de ahora ya no saben ni eso. Una ideologíacaduca que se resiste a morir a base de televisión, futbol y cervezas.
Hagamos un poquito de historia. El proyecto modernizador del Estado oligárquico de Porfirio Díaz había fracasado. Se llegó a un punto en el que ya no se podía seguir entorpeciendo la circulación de las élites, Don Porfirio y unas cuantas familias se quedaban con todo el pastel. Ya no se podía vivir en México, la revolución vino del norte.

¿Revolución Mexicana?

Fue una época en la que a pesar de los indiscutibles avances económicos, en la ciudad y sobre todo en el campo los sistemas de trabajo seguían siendo esclavistas. No aparecieron empresas capitalistas lanzadas a la libre competencia, nacieron protegidas.

En la esfera de la justicia y del derecho el atraso era enorme. La regulación de los conflictos estaba vinculada a  la figura representativa de la dominación, al dictador; no fue posible la implementación del sistema perfeccionado de jurisprudencia prescrito por la Constitución del 57.

El único rasgo evolutivo que probablemente marco esta etapa, se dio en el ámbito de las mentalidades, cosa que fue exclusiva de ciertos grupos: los ideólogos de la alianza oligárquica (los positivistas) y la “clase media ilustrada”. Dentro de estos últimos fueron los periodistas los que jugaron un importante papel en los inicios de la Revolución.

Si entendemos al Estado, no simplemente como las instituciones de gobierno, sino en su acepción más general, como una forma especial de asociación, de organización, que una sociedad se da a sí misma, la Revolución mexicana fue búsqueda y confrontación de proyectos de Estado. Los problemas del sistema ya no podían resolverse de acuerdo con la forma dominante de integración social, era necesario revolucionar esta última a fin de abrir espacios para nuevas soluciones.

En 1917 la victoria de Carranza se identificaba con la de la Revolución, la nueva Constitución, además del nacionalismo incorporaba una profunda reforma social: el artículo 3ro garantizaba la educación gratuita básica para todos los mexicanos; el 27 nacionalizaba las riquezas minerales y recogía la exigencia de la reforma agraria; el 123 imponía al Estado la protección de los derechos de los trabajadores y reconocía la personalidad moral de los sindicatos.

Sin embargo, El Estado nacional mexicano no estaba todavía consolidado, tan sólo había dejado de ser  controlado por la alianza oligárquica, quería ser ante todo expresión de la sociedad nacional en vías de organizarse, y convertirse en regulador entre las clases y grupos nacionales y entre el país y las metrópolis, además de clave e instancia definitiva de la hegemonía.
Tendrían que pasar todavía 25 duros años para que el Estado nacional mexicano se consolidara con la última gran oleada de la Revolución mexicana: el cardenismo.

Ahora que la “maestra” Gordillo está fuera de la cárcel y a punto de ganar el arraigo domiciliario, para irse a una de sus mansiones a disfrutar sus riquezas, vale la pena reflexionar un poco sobre este tipo de políticos que están dejando de representar papeles estelares en la escena política mexicana.
Fue la Revolución institucionalizada, la que prohijó a un personaje que sería clave para la futura ruina del país: el “cacique sindical”. Después del terremoto revolucionario se vivió una especie de “equilibrio catastrófico” en el cual la nueva estructura de poder no lograba afianzarse. Las prioridades eran reacreditar al gobierno mediante el pago de la deuda externa y evitar la posibilidad de la intervención norteamericana, que veía amenazados sus intereses por la nueva legalidad nacionalista.
No va ser sino hasta mediados de los años 20, bajo la jefatura del general Calles, cuando el gobierno logra convertirse en árbitro supremo del nuevo Estado. ¿Cómo se logró? Se trata de un aspecto clave, sin el cual no puede entenderse cabalmente el sistema político priista, la corrupción que desde entonces lo corroe y cuyos ecos todavía padecemos: el tejido de alianzas establecidas por los gobiernos de Obregón y Calles con las organizaciones derivadas de las “masas” obreras y campesinas.
El movimiento obrero alcanzó desde las primeras fases de su desarrollo un grado de influencia política tan alto, que estaba en completa desproporción con la magnitud y el carácter del grupo social al que representaba. Después de la Revolución la política quedó caracterizada por varios factores: la supervivencia de la autoridad tradicional de los terratenientes en el campo; la falta de una burguesía desarrollada; la inexistencia de un sistema estable de partidos políticos; y un ejército metido en la política. Este síndrome dio lugar a una especie de “equilibrio catastrófico” que amenazaba al nuevo Estado.
Es en esta época cuando madura (ya Don Porfirio había estado cultivándolo) un nuevo político, paradigma de toda la tradición política del siglo XXmexicano: el “cacique sindical”.
Su principal tarea sería la de “negociar”, en representación de los trabajadores, con los agentes gubernamentales. Al principio se trató de una alianza frágil y conservadora de tipo populista, de las organizaciones de “masas” tanto obreras como campesinas, con la coalición norteña de caudillos revolucionarios, que con el tiempo cobraría una gran importancia.
El impacto de las experiencias de aquella década sobre la conducta de movimiento obrero fue enorme: la violencia, la intimidación y el chantaje político, sancionados por la autoridad presidencial; y por último, la herencia más negativa, la formación de una selecta oligarquía de líderes sindicales, enriquecidos por la vía oficial y muy diestros en el arte de manipular a sus partidarios en beneficio de los grupos políticos dominantes.
Y ahí siguen, ni Fox, ni Calderón se atrevieron a desmantelar la estructura de poder heredada del PRI gobierno. La caída del líder de los electricistas y de la maestra Gordillo se deben más a insubordinación y a falta de cálculo político, que a una verdadera voluntad modernizadora de Calderón y de Peña Nieto.

 Como puente de acceso a la gran “reforma política”, es decir el nacimiento del Partido Nacional Revolucionario (el PRI de nuestros días) con la que el general Calles resolvió el problema de la sucesión  presidencial, vale la pena estudiar  dos aspectos del callismo, el Estado empresario y la violenta Cristiada, que vinculados con la amenaza de la intervención norteamericana y con las pretensiones reeleccionistas de Obregón, ayudan a comprender, además, la nueva base ideológica de la Revolución Mexicana: la identificación de la “familia revolucionaria” con el Estado nación y con la Providencia. Veamos primero el Estado empresario y el origen de la perniciosa corrupción que lo caracterizó.
El término “familia revolucionaria” (Brandemburg)  se refiere al primer círculo concéntrico de poder; es decir, al presidente (o jefe máximo) y sus principales colaboradores y allegados. Lo que no significa que necesariamente en el gabinete, en el Congreso y en los gobiernos estatales quedaran exclusivamente hombres del presidente: la estabilidad tendría que basarse en la centralización del poder, pero buscando el equilibrio entre las distintas facciones políticas.

Una de las grandes novedades de gobierno de Calles fue la ampliación del papel económico del Estado. Se trató de la intervención en la economía al estilo del porfiriato, pero ahora con un sentido social; de aquí que la alianza oligárquica haya tenido que modificarse con la inclusión de los “caciques sindicales”, agraristas y cromistas en lugar de los terratenientes (además de que sus clientelas le significaban una importante base de apoyo, por las razones que vimos en el artículo anterior); los industriales, los comerciantes, los banqueros y la clase política renovada, seguirían siendo los principales beneficiarios del sistema. Parecido a lo que tenemos hoy en día, pero no tanto.

En un principio, en lo que se refiere al proyecto de desarrollo económico, tanto Obregón como Calles cautelosamente buscaron la convivencia con el poderoso vecino del norte. Buscaron liberar al país de la amenaza extranjera reduciendo al mínimo la injerencia en la vida nacional de particulares, empresas o naciones extranjeras. Las grandes obras fueron el Banco de México, el Banco de Crédito Agrícola y el desarrollo agrícola para la exportación con cultivos del norte y del noroeste. Se inició un vasto programa de desarrollo de infraestructura en comunicaciones, educación y salubridad.

El desarrollo económico siguió un camino paralelo al del ensanchamiento e intervención del Estado. Como Jean Meyer apunta: “Principal instrumento de capitalización de los recursos financieros, poder regulador, principal interlocutor con los grupos internacionales, el Estado se presenta inevitablemente como único interprete del interés público, y empieza a definirse en esos años como una institución sui generis, con responsabilidades económicas directas y muy amplias, provisto de una autoridad peculiar. 

Se trató de construir el capitalismo a través de la centralización de las decisiones económicas y de una tutela ejercida por el Estado. La creación de los bancos centrales constituyó un paso decisivo en la evolución de los sistemas capitalistas nacionales, y México no fue la excepción. Lo que significó la creación de medios de pago y encontrarse en la situación de apropiarse en un momento dado de parte del flujo de bienes y servicios”.

Y es aquí, en este último punto donde encontramos la explicación más clara del origen de la perniciosa corrupción oficial, cuyos ecos y resonancias vivimos todavía en nuestro México “moderno”. (Continuará).

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