lunes, 10 de octubre de 2016

Trump: el capitalismo depredador en crisis

Por Alejandro Mario Fonseca
La reforma energética impulsada por el presidente Peña Nieto hace 4 años fue la más controvertida de todo el paquete “modernizador”. ¿Por qué? Por razones históricas, por que tocaba una de las fibras más sensibles de la ideología de la Revolución mexicana: el nacionalismo.
Son casi 80 años los que van de 1938, el año de la expropiación petrolera al día de hoy. Y los mexicanos parecemos no darnos cuenta de que el petróleo está dejando de ser la energía que mueve al mundo.

Donald
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Confieso que yo fui uno entre muchos millones de mexicanos que nos indignamos ante el revés histórico que significó la reforma energética de Peña. Y es que para los que nos preocupamos por conocer un poco nuestra historia, la reforma significaba claudicar a nuestros valores nacionalistas más sentidos.

Como si el petróleo hubiera sido durante estos 80 años uno de los motores del desarrollo nacional. Y bueno, la verdad es que si lo fue,  pero a medias. Desde el cardenismo los sucesivos gobiernos pudieron contar con recursos crecientes para invertir en escuelas, hospitales y en infraestructura.
Pero también es cierto que la paraestatal Pemex se convirtió casi desde el principio en la “gallina de los huevos de oro” de la que abusaron los políticos, los gerentes administrativos y los líderes sindicales.

Insisto, yo soy de los que me opuse a la reforma energética. El principal argumento que nos movía era moral: en lugar de privatizarse la paraestatal debía reformarse para seguir siendo el principal motor del desarrollo nacional.

Al contar ya nuestro país con recursos humanos especializados para un relanzamiento de Petróleos Mexicanos, lo que se requería era desmantelar la corrupción administrativa y sindical. Vaya sueño guajiro. ¿Quién lo iba a hacer? ¿El presidente Peña y sus secretarios? ¿El Peje?

De todo este sainete, por lo menos ya nos dimos cuenta de algo: de que el problema de fondo es de corrupción e impunidad. Y con esto no quiero decir que “la corrupción somos todos”, no, sino que está muy generalizada y corroe los más altos niveles de los tres órdenes de gobierno.

El modelo de industrialización centralista está tocando fondo
Pero lo que sí quiero decir es que son las anteojeras del nacionalismo revolucionario las que no nos dejan ver con claridad lo que está sucediendo en los países de industrialización avanzada y cómo nos afecta.

No fue sino hasta el primer debate Hilary-Trump cuando me di cuenta de que el mundo está viviendo una Tercera Revolución Industrial que significa desde ya, cambios dramáticos en todos los órdenes de la vida moderna tal como  la conocemos.

La Primera Revolución Industrial, la clásica fue la que se inició en Inglaterra, Francia y los Países Bajos. Alrededor de 1750,  fue la energía hidráulica la que impulsó la industrialización. Después vinieron las máquinas (la de vapor y otras) que transformaron los métodos de producción. Apareció la industria textil, la del carbón: el comercio y la agricultura se vieron fuertemente revolucionados.
A fines del siglo XIX vendría la Segunda Revolución Industrial, basada en la conjunción de la electricidad centralizada, la era del petróleo, el automóvil y la construcción suburbana. Después de la Segunda Guerra Mundial la industrialización se expandiría a lo largo y ancho del planeta. Los Estados Unidos se convertirían en la nación más próspera de la tierra.

El sol sale para todos: la necesidad de un nuevo paradigma energético
Durante la última década del siglo XX la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) le dio al mundo industrializado ya envejecido, en crisis, nuevos bríos, mejorando la productividad y la eficiencia: aparecieron nuevas oportunidades empresariales y nuevos empleos.
Sin embargo las TIC no pudieron materializar su pleno potencial comunicativo distribuido, debido a que no son plenamente compatibles con un régimen energético y una infraestructura comercial de carácter centralizados (verticales).
Un nuevo paradigma energético es lo que está en el núcleo duro del proyecto de Hilary Clinton, y es eso lo que los empresarios ignorantes y depredadores encabezados por Donald Trump no están dispuestos a aceptar.

La nueva comunicación eléctrica de segunda generación es de naturaleza distribuida y está adaptada para gestionar formas igualmente de energías distribuidas, es decir renovables (limpias) y una actividad comercial y empresarial  de carácter lateral, horizontal y democrático. (Continuará)
(Bibliografía: Rifkin, Jeremy; La tercera Revolución Industrial; Paidós; 2014). 

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