miércoles, 7 de diciembre de 2016

Los límites del presidencialismo mexicano

Por Alejandro Mario Fonseca

En mi artículo anterior esbocé una crítica sobre la viabilidad de los gobiernos de coalición en nuestro país. Y aun cuando he recibido algunos comentarios positivos, también los he recibido negativos, y hasta insultantes. Así que me veo en  la necesidad de profundizar un poquito sobe el tema.

En primer lugar debo aclarar que mi interés no es el de apoyar a ningún precandidato, sea del partido que sea. Mi artículo lo escribí antes de que el alcalde de San Pedro Cholula expresara en una conferencia de prensa su “posicionamiento contra el blindaje político de Moreno Valle”.

Los límites del presidencialismo mexicano
Mi interés es más académico que político. Lo que me interesa es hacer una contribución, aunque modesta a la comprensión de los límites del “presidencialismo” mexicano.

El presidencialismo norteamericano
Un estudio a fondo de este modelo sólo puede realizarse a partir del prototipo: los Estados Unidos. Pues aunque en la actualidad, incluido nuestro país, hay medio centenar de regímenes presidencialistas, la mayor parte no son más que una apariencia bajo la que se oculta un poder personalizado, de base oligárquica y no sujeto a controles democráticos.
En los Estados Unidos los poderes ejecutivo y legislativo, al ser electos por sufragio directo, tienen la misma legitimidad, por lo que no existe supremacía de uno sobre otro. Hay una separación real de poderes y esta es uno de sus principales controles.
El presidencialismo tampoco cuenta con los recursos que son propios del régimen parlamentario: caída del Gobierno o disolución del Parlamento y convocatoria a nuevas elecciones. Sin embargo, cuenta con un instrumento que le da legitimidad constante: el sistema de encuestas.
El presidente, elegido por sufragio universal, directo o indirecto, representa la voluntad popular del mismo modo que los Parlamentos europeos.
El único que dispone de capacidad decisoria es el presidente, el cual no tiene que responder por sus actos ante el Congreso, que no puede hacerle dimitir, por cuanto la separación de poderes no establece dicho cauce. Con esto ya empezamos a comprender porque es tan peligroso Trump.
Sin embargo el presidente ve limitada su acción en:
    1. Los presupuestos, sujetos al control de las Cámaras, que además poseen la exclusiva legislativa, que por desgracia ahora tienen mayoría republicana;
2. Para el nombramiento de los altos cargos públicos debe contar con el acuerdo y la opinión expresa del Senado; y
   3. Donde el control senatorial se hace más evidente es en el área de la política internacional, en la medida en que le corresponde la ratificación de los tratados internacionales que el presidente le somete y que debe ratificar por mayoría de 2/3. Ya veremos cómo se re negocia el Tratado de Libre Comercio.
El “presidencialismo” mexicano
Son varios  los rasgos distintivos que caracterizan al régimen político mexicano y todos ellos hunden sus raíces en nuestro pasado colonial.
Por un lado está el Virreinato, modelo de dominación impuesto por España y fiel reflejo de su monarquía absoluta, en el que sin duda se inspiraron las clases dirigentes que capitanearon la Independencia, atraídas por el régimen norteamericano: no es aventurado pensar que vieron en el presidente una moderna versión del virrey.
Por otro lado, no se pueden pasar por alto la complejidad étnica y la peculiar estructura económica, cuyos efectos llegan hasta nuestros días. Contrasta la importancia numérica de la población indígena y mestiza, a la que se añadieron negros y mulatos, con la marginación económica y social, a la que se vieron sometidos por la minoría criolla.
Asimismo, una economía basada en las materias primas y una agricultura frecuentemente mono cultivadora, en manos de grandes propietarios y sujeta a unas relaciones de intercambio desiguales, constituyó un marco que hizo posible el dominio de unas pocas familias, al tiempo que explica la dependencia internacional de nuestro país: peligrosamente exclusiva de los Estados Unidos.
Conclusión
Nuestra democracia está en pañales, apenas empiezan a respetarse las elecciones. El problema de fondo es que el poder ejecutivo, llámese presidente o gobernador, hace prácticamente lo que se le da  la gana. Al no haber separación real de poderes, al no respetarse la ley y al no tomarse en cuenta la opinión pública, estamos condenados a la corrupción y a la impunidad.
Propuestas como la del gobernador saliente de Puebla, de “legalizar” los gobiernos de coalición, no son más que intentos por disfrazar y apuntalar todavía más un régimen político autoritario de corte oligárquico.
El tema da para mucho más, por lo pronto le recomiendo el texto Regímenes Políticos, de José Luis Paniagua Soto, en el que me basé.  

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