viernes, 27 de octubre de 2017

¿Acaso Dios ya nos abandonó?

Alejandro Mario Fonseca

                 I

Raza de Abel, duerme, bebe y come;
Dios te sonríe complaciente.

Raza de Caín, en el fango
Arrástrate y muere miserablemente.

¡Raza de Abel, tu sacrificio
Halaga la nariz de Serafín!

Raza de Caín, tu suplicio,
¿Tendrá alguna vez fin?

Raza de Abel, ve tus sembrados
Y tus ganados crecer;

Raza de Caín, tus entrañas
Aúllan hambrientas como un viejo can.

Raza de Abel, calienta tu vientre
En el hogar patriarcal;

Raza de Caín, en tu antro
Tiembla de frío, ¡pobre chacal!

¡Raza de Abel, ama y pulula!
Tu oro también procrea.

Raza de Caín, corazón ardiente,
Guárdate de esos grandes apetitos.

¡Raza de Abel, tú creces y paces
Como las mariquitas de los bosques!

Raza de Caín, sobre los caminos
Arrastra tu prole hasta acorralarla.


                  II

¡Ah, raza de Abel, tu carroña
Abonará el suelo humeante!

Raza de Caín, tu quehacer
No se cumple suficientemente;

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:
¡El hierro vencido por el venablo!

¡Raza de Caín, sube al cielo y arroja a Dios sobre la tierra!
159 Delitos electorales en Puebla 2016.

Los poetas malditos


El poema que usted acaba de leer Abel y Caín lo escribió Charles Baudelaire en 1861. Es parte de Las flores del mal su libro más conocido y también el más escandaloso. Se trata de un poema emblemático de toda una generación que encabezaron los franceses.
Se utiliza el título de Poetas Malditos para designar a Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y otros, que llevaron a cabo una de las mayores revoluciones estilísticas conocidas hasta la fecha.
Según los expertos, su poesía, dotada de belleza y caracterizada por un aire gótico y altamente destructivo, se alejó del romanticismo imperante en la época y se desarrolló gracias a la creación de entornos evocadores y sugestivos.
 Se trata de un estilo, extremadamente ajeno a la lógica y la razón, lo que les granjeó una mala fama y la  incomprensión en vida que solo al pasar de los años se pudo depurar. Si a esto agregamos que algunos de ellos llevaron una vida desenfrenada, podemos entender eso de malditos.

Para mi gusto los poetas malditos se convirtieron en todo un paradigma (un modelo) de lo que vendría a ser, ya a fines del siglo XX la crítica de la modernidad.  Y es que su poesía expresa claramente un rechazo a los valores convencionales del mundo burgués de fines del siglo XIX.
Son los años de los mayores éxitos de la Revolución Industrial. Europa y los Estados Unidos se levantaban como potencias mundiales que ya dominaban el mundo, industrializándolo, democratizando y secularizándolo.
Pero había una trampa, había hipocresía. En el fondo de la crítica de los poetas malditos está el rechazo a los falsos valores cristianos de los empresarios, los banqueros, los comerciantes y de los líderes políticos que conquistaban el mundo sin ninguna consideración ética: el proyecto de la Ilustración “había fracasado”.
En nuestros días está pasando algo muy parecido. Las críticas más lúcidas y radicales a los depredadores posmodernos provienen de los artistas, de los intelectuales de las letras y de las ciencias sociales; en suma de la gente más valiosa y sensible desde el punto de vista moral y ético.
Nada más hay que ver quiénes son los que día con día sostienen la batalla contra las fanfarronadas de Donald Trump, de Mariano Rajoy, de la clase política mexicana, venezolana y demás. Pues ni más ni menos que los “malditos”: los artistas, los intelectuales y los periodistas serios y comprometidos.

Sacar al diablo de nuestras instituciones
¿Tarea imposible?
Toda esta reflexión me viene a la mente debido a los últimos acontecimientos en la escena política mexicana. Nuestra clase política se empeña en defender a toda costa sus prebendas, sus canonjías, sus privilegios y demás: en defender su pacto con el diablo.
“Instituciones que se pensaban consolidadas en México como el INE, la Fepade, el TEPJF y la PGR, además de la inconclusa Fiscalía General de la República y la naciente Fiscalía Nacional Anticorrupción tienen un común denominador: la actual administración federal las ha minado.

Faltan ocho meses para las elecciones de 2018 –en las que se elegirá Presidente de la República, gobernadores, integrantes del Congreso de la Unión, entre otros– y las instituciones encargadas de velar por la certeza de los comicios llegan golpeadas a un proceso difícil, ante una oposición que se fortalece y un partido oficial que ha demostrado que usará todos los recursos para mantenerse en Los Pinos.

Hoy, sostiene el analista político Enrique Toussaint, el Gobierno de Enrique Peña Nieto es el principal responsable de la mayor involución democrática que hemos visto en nuestro país en décadas por privilegiar el sometimiento de las instituciones para evitar la autonomía de los poderes que podrían juzgar la corrupción política”. (Cfr. SinEmbargo, Efrén Flores, 25/oct/17).

Estos últimos párrafos hacen alusión a la frase de Andrés Manuel López Obrador, “al diablo con sus instituciones”, pronunciada el 2 de julio de 2006. Y es que el diablo sigue metido en nuestras instituciones y al parecer no hay manera de sacarlo. Efrén Flores concluye:
¿Llegaremos a 2018 sin un Fiscal General y sin un Fiscal Anticorrupción; con una Procuraduría General de la República (PGR) y una Fiscalía Especializada en Atención de Delitos Electorales (FEPADE) prácticamente acéfalas; con un Instituto Nacional Electoral (INE) y con un Tribunal Electoral del Poder Judicial (TEPJF) de la Federación cuestionados?
¿Acaso Dios ya abandonó a los mexicanos? Diría Baudelaire. Pero ya veremos qué sucede, porque también es cierto que ya toda la oposición, con excepción de los panistas calderonistas,  se unió contra el PRI gobierno.

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