miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Por qué los mexicanos no leen? ¿Qué hacer?

Alejandro Mario Fonseca
Leo en la revista Forbes México:
El nivel de vida está relacionado con la educación y los hábitos de lectura. Quizá no sea coincidencia que muchas de las naciones que encabezan el Top 20 de países ‘adictos’ a Internet, tengan un crecimiento económico sobresaliente.
La agencia NOP World realizó un listado en función a las horas semanales que las personas dedican a leer. Así, los resultados del ranking de cultura “Hábitos de medios” en el mundo, de la firma encuestadora de medios y mercados estima que en promedio las personas dedican a la lectura 6.5 horas semanales.
Leer o no leer es el dilema al que actualmente se enfrentan los países, más cuando el Internet le ha robado terreno a los libros; sin embargo, hay quienes aseguran que el libro está más vivo que nunca.
La Encuesta Nacional de Lectura 2012 realizada por la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura reveló que uno de cada dos hogares en México solamente tiene entre uno y 10 libros que no son escolares. El 54% de los encuestados indicaron que no leen cotidianamente y el 35% aseguró no haber leído un solo libro en su vida.
En el estudio “Hábitos de Lectura”, elaborado por la OCDE y la UNESCO, México se posicionó en el puesto 107 de 108 países, con aproximadamente dos libros anuales por persona.
El 40% de los mexicanos jamás ha pisado una librería, el 13% nunca ha leído un libro y el 70% de los mexicanos lee lo mismo que antes o menos, según cifras de la Encuesta Nacional de Lectura del Conaculta. (Cfr. Nayeli Meza, revista Forbes 26/12/2013).

Los libros muerden

Por qué a los mexicanos no les gusta leer?
A pesar de que se logró abatir el porcentaje de personas analfabetas de 15 y más años de 25.8 en 1970 a 5.5% en 2015, lo que equivale a 4 millones 749 mil 057 personas que no saben leer ni escribir, México sigue siendo un país de analfabetas funcionales. (Estos últimos datos son del INEGI).
Muy pocos mexicanos leen, a pesar de que “saben leer”. ¿Por qué? Porque es muy distinto saber leer y otra cosa comprender lo que se lee. Y es que el vocabulario de los mexicanos es muy pobre.
Hace no mucho leí una explicación que dio un profesor de la Ibero para El Universal. Decía que los mexicanos hacen un uso muy pobre del español, llegando a tener un vocabulario cotidiano de 200 palabras.
Explicaba que los jóvenes no leen debido a la influencia de los medios de comunicación, especialmente la televisión, que se limitan a una “moda” de hablar con muy pocas variantes.
Según esto los jóvenes se expresan con un acervo muy reducido de vocablos, utilizando una misma palabra con diferentes significados: güey (menso, tipo, individuo), neta (condena, verdad, amenaza), chido (aceptación, excelente, sensacional) onda (cosa, asunto, tema), etc.
¿A dónde nos llevan todas estas estadísticas y explicaciones académicas? Pues a que los mexicanos a pesar de que “saben” leer, no leen porque no entienden lo que leen: su vocabulario es muy restringido.
Y ¿cómo incrementar el vocabulario? Pues leyendo. Así que estamos en un círculo vicioso: no les gusta leer porque no entienden lo que leen y para entender lo que leen tienen que leer. ¿Estamos  condenados a la ignorancia?
¿Qué hacer?  Pero antes de pasar a la conclusión, permítame usted, amable lector un paréntesis cultural.

El libro: clave del progreso
Ya he comentado en mi columna una de las tesis más lúcidas sobre el progreso de la humanidad. La de Jeremy Rifkin en La Tercera Revolución Industrial. Se trata de comprender que las grandes transformaciones de la historia ocurren cuando una nueva tecnología en el campo de la comunicación converge con unos sistemas energéticos también novedosos.
Fue en Occidente, en el año 1440 cuando por fin se le atribuyó la invención de la imprenta al Alemán Johannes Gutenberg. Después de una gran controversia por disputarse la gloria de ese título entre alemanes, italianos, franceses y holandeses.
Pero no fue sino hasta el siglo XIX cuando la introducción de la energía impulsada a vapor en el campo de la imprenta transformó este medio en la principal herramienta comunicativa con la cual gestionar la Primera Revolución Industrial.
La imprenta a vapor con rodillos y, posteriormente, la rotativa y la linotipia, incrementaron considerablemente la velocidad de la impresión al tiempo que redujeron significativamente los costos.
Los periódicos, revistas y libros proliferaron en América y Europa y alentaron la alfabetización masiva por primera vez en la historia. Y en combinación con la escolarización pública entre 1830 y 1890 creó una mano de obra alfabetizada capaz de organizar operaciones complejas en las empresas e industrias de todo tipo. (Cfr. Rifkin).
Así fue como el libro se posicionó como la clave de un progreso a pasos agigantados que poco apoco fue incluyendo al resto de los países del planeta. En el siglo XX ya con la electricidad aparecerían la radio y la televisión que más que disputarle al libro su potencial educativo, contribuirían a una educación masiva cada vez más extendida.

Conclusión
Para muchos, con la aparición de la red de Internet y con el advenimiento de las nuevas energías renovables el libro se está volviendo obsoleto. Es falso, en todo caso lo que estamos viviendo es una nueva oportunidad para un relanzamiento de la educación masiva basada en el “libro electrónico”.
Necesitamos ser optimistas pero sin cruzarnos de brazos. Lo que nos urge a los mexicanos es aprovechar las nuevas tecnologías de la comunicación en combinación con estrategias de fomento a la lectura.
Así como la televisión puede aprovecharse como un poderoso instrumento de educación masiva (ahí están los canales 11, 22, History, Nat Geo y otros). También podemos aprovechar las computadoras, las Tablet y los celulares para inducir a la lectura y la investigación.
Se trata de instrumentos poderosos y peligrosos ya que también se están utilizando para hacer negocio con la mediocridad y los bajos instintos. Tenemos que ser muy cuidadosos y vigilar a nuestros hijos.
La clave está en fomentar la lectura desde los cinco años de manera agradable, motivando a los niños a que lean con gusto, no por obligación. Se trata de crear hábitos saludables que se traducirán muy pronto en una juventud culta, crítica, entusiasta y trabajadora.
Pero ¿de verdad le interesa esto a la clase política que nos gobierna?  ¿La reforma educativa va en serio? Yo lo dudo. Así que insisto, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. ¿Usted qué opina?

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